miércoles, 15 de febrero de 2012

Y MIENTRAS, EN EL MUNDO REAL...

IMAGEN: COSMOCRIST


Ha pasado el día del amor de plexiglás y, en tanto que en España nos preparan para la campaña del "ya es primavera en...", seguimos sin que nos dejen enterarnos de qué pasa en Grecia. Nosotros rematamos el gusanillo moribundo de la conciencia con indignados de opereta, porque no hay de qué preocuparse: ya se están tomando las medidas oportunas... para nuestro ataúd, en realidad. Pero la población de Grecia hace tiempo que se ha dado cuenta de que, si no luchan ahora, están realmente jugándose su vida y la de sus hijos, y la de los hijos de sus hijos. Y mientras aquí nos citan y entramos sumisamente al trapo con la marca España y otras milongas (al fin y al cabo nos hemos creído que no estamos tan mal), los griegos arriesgan su piel defendiendo la poca dignidad que les dejan.
A finales del siglo V a. C., con la victoria de Esparta en la Guerra del Peloponeso, la democracia ateniense se hundía en uno de los más estrepitosos fracasos de la historia, cayendo en manos de un gobierno reaccionario. El comediógrafo Aristófanes había criticado hasta entonces a diestro y siniestro a políticos, dramaturgos, sofistas, tribunales y cuanto consideraba que era susceptible de mejora. Pero en sus últimas obras, Asambleístas y Pluto, su mordaz ironía desaparece y se enreda en situaciones triviales: la realidad era tan severa que no había ni espacio para la broma. En España, en cambio, aún nos creemos que vivimos bien y, mientras aplaudimos y jaleamos que recorten a otros y respiramos aliviados porque no nos toca el temido paro, claudicamos ante las sibilinas medidas que nos van a empujar fuera de las ventajas del  primer mundo. Cuando nos demos cuenta será tarde, de eso se trata.
Esto no lo suelen mostrar en nuestros telediarios, no sea que nos dé por pensar y nos demos cuenta de que no hay una realidad y ni una salida única y buena:




Hace tiempo ya que no somos ni capaces de entender qué sucede, nos mienten sobre lo que nos espera y cada vez borran con más ahínco las raíces de nuestro pensamiento, para que no podamos encontrar otros caminos. Por ello, por ejemplo, se desmantela la educación, impidiendo que se impartan asignaturas que despierten cualquier crítica, tachándolas de poco útiles o rentables para los actuales mercados, y fomentando otras hueras con rimbombantes nombres. Así, se nos priva de reflexionar con textos como éste, escrito hace casi 2.500 años y del que aún tenemos que aprender, ahora que no tenemos ni voz. Pertenece a La Constitución de los Atenienses (Ι, 2), de la segunda mitad del siglo V a. C., obra del llamado Pseudo-Jenofonte o Viejo Oligarca, transmitida con las obras de Jenofonte. En él leemos cómo describe el singular gobierno de los atenienses, la democracia:

Δικαίως [δοκοῦσι] αὐτόθι οἱ πένητες καὶ ὁ δῆμος πλέον ἔχειν τῶν γενναίων καὶ τῶν πλουσίων διὰ τόδε, ὅτι ὁ δῆμος ἐστι ὁ ἐλαύνων τὰς ναῦς καὶ ὁ τὴν δύναμιν περιτιθεὶς τῇ πόλει (...). ἐπειδὴ οὖν ταῦτα οὕτως ἔχει, δοκεῖ δίκαιον εἶναι πᾶσι τῶν ἀρχῶν μετεῖναι ἔν τε τῷ κλήρῳ καὶ ἐν τῇ χειροτονίᾳ, καὶ λέγειν ἐξεῖναι τῷ βουλομένῳ τῶν πολιτῶν.

Allí (en Atenas) constituye un derecho el que los pobres y el pueblo tengan más poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que las naves funcionen y el que rodea de fuerza a la ciudad (...). Puesto que así es realmente, parece justo que todos participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar.

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